Las otras Giraldas.

Además de la famosa Giralda de Sevilla, Los almohades construyeron otras grandes mezquitas en su imperio que abarcaba además del sur de la península y el noroeste de África llegando a Túnez y Mali.

La primera es una mequita con aspecto de  fortaleza de maneras sobrias situada en medio del Atlas marroquí. En un pequeño pueblo mal comunicado y donde resiste el paso del tiempo sustentada en gran parte con las donaciones de la apenas decena de turistas que la visitan se halla la mezquita de Tin Mal.

Mezquita de Tin Mal
Mezquita de Tin Mal
 Mezquita de Tin Mal

Pueblo cercano a Tin Mal

Poco ha cambiado la zona desde entonces, sigue siendo tierra de pastores y agricultura, casas de adobe donde se han colado algunas antenas y la electricidad

Desde esos pequeños pueblos en medio del Alto Atlas surgió el movimiento Almohade que en pocos años acabaría con el imperio de los Almorávides.  De sus pueblos montañosos al sur de Marraquech los almorávides se unieron y fueron hacia el norte para tomar la capital donde en base a esta mezquita construyeron la famosa Kutubia, la que se dice que es hermana gemela de la Giralda de Sevilla.

                                                                               


Kutubia, Marraquech

 Más hacia el norte los Almohades siguieron con la construcción de mezquitas con grandes minaretes y en la actual capital de Marruecos, Rabat está construida la famosa Torre Hassan. Inacabada llega a medir 44 metros de alto.



Torre de Hassan, Rabat

Y ya en la Península construyeron nuestra famosa Giralda y La Torre Del Oro en Sevilla. Además un poco más al norte en la Sierra de  Aracena  otra mezquita con aspecto de fortaleza fue construida en un terreno por aquel entonces tan incomunicado como el Atlas marroquí quizás a la imagen y el recuerdo de esa  pequeña mezquita que a 1000 kms de alli fue la cuna del imperio.



Torre del Castillo de Aracena






               Castillo de Aracena S XII 














                      Mezquita de Tin Mal  S XII




                   

Texto y fotos. David Guillén